Érase una vez un mundo en el que la generación experimentada miraba con reticencia a la venidera. Un mundo en el que hicieses lo que hicieses, una mirada en forma de lupa te iba a perseguir como aquella con la que quemabas hormigas fruto de la inocencia infantil. Eva Antelo, de 20 años, nacida y criada en Coslada, siempre ha estado detrás de esa lupa. Creció con un pincel en la mano y un lienzo debajo del brazo. Y ahora, su arte queda impregnado de forma permanente en la piel de muchas personas.
Fueron sus padres los que le dieron la idea de abrir un local propio tras estar meses buscando trabajo en estudios de toda la Comunidad. «Me daba miedo el fracaso, no solo que no viniera gente, sino lo que pudiesen decir de mí», ha revelado. Curioso que sea un sentimiento compartido por todos los jóvenes. No será por la terrible y constante sobre exposición a las redes…
Los primeros tatuajes que hizo fueron de henna en unas jornadas culturales organizadas por el instituto. Un año antes, se tatuó a sí misma con una aguja de coser y tinta china. “Yo pensé: en los tatuajes hay que pinchar tinta, y la única que tengo es tinta china, me armé de valor y me pinché. Y así fue”, ha confesado.
Eva y yo hablamos de que parece que emprender hoy en día solo está reservado a los ‘crypto bros’, aquellos que transmiten a la sociedad la idea de que la productividad es lo más importante para tener éxito. Entre otros muchos y tóxicos planteamientos. Pero no, también otros invierten en su talento y enseñan que se puede salir del punto de mira de la lupa que acecha con quemarnos.
La tatuadora lanza un mensaje a los que estén pensando en abrir su propio negocio: «Arriesga, si ganas bien, y si no, tampoco pasa nada, al final va a nacer algo y te va a durar lo que te tenga que durar».
Del papeleo al éxtasis
«Era imposible imaginar que todo estuviera funcionando por lo lento que van todos los trámites», ha referido Eva respecto a la burocracia que hay que superar para poder abrir un negocio: «el lenguaje no es nada asequible ni explicativo». En medio de todo el miedo al fracaso, al qué dirán, a si es rentable «tirarse a la piscina», tuvo que superar otro obstáculo, y no menos importante: gestionar el papeleo.
Superada en el camino la piedra –o roca– burocrática, vivió uno de los días más felices de su vida: la tan ansiada presentación, donde se sintió «extremadamente apoyada». Así lo demostró todo su entorno en un acto en el que el brillo vivo de sus ojos reflejaba su nuevo hogar, ‘Piensas demasiao‘, un estudio de tatuajes cuyo nombre surge de una antigua cuenta de Instagram en la que difundía sus dibujos en la cuarentena. «Ya no me concentro en casa ni en otro sitio que no sea este, es mi espacio de trabajo y de creación personal», ha señalado.
Otro de los temores que acechan a Eva es la incertidumbre de no saber si todo el trabajo que está realizando es en vano. Al ser autónoma y no disponer de un sueldo fijo cada mes, le asusta que llegue el día en el que no le dé para subsanar los gastos. Por ello, se tiene que reinventar a través de la difusión.
La publicidad ya no se basa en el boca a boca -que también- sino en los ‘likes’ y posicionamiento en redes. Así lo ha sostenido la joven, que ha enfocado su estrategia en la realización de sorteos y en la divulgación de sus piezas por Internet.
Reencontrarnos con nuestros antecesores
La historia de los tatuajes tiene un recorrido histórico muy amplio y vasto por recorrer hasta llegar a dónde estamos ahora. Hay una (falsa) creencia que dice que son una «modernez de las que hay ahora», si bien es cierto que estas marcas de tinta en la piel encuentran su origen hace por lo menos 5.000 años en dos momias egipcias. En el siglo VII, en China, a los presos, como señal de castigo e identificación, les realizaban una marca con tinta permanente.
Y en todo este período, ha resaltado, nos ha tocado experimentar la brecha generacional: «a los más mayores les gustan los tatuajes del símbolo de infinito y los nombres de sus hijos». Los millennials, sin embargo, muestran esa transición entre el simbolismo y la indiscreción, aunque tienen más interiorizado que si tienen tatuajes visibles, sus puertas laborales se cerrarán.
Aun así, no todo está perdido: «mi abuela odiaba los tatuajes y ahora está ‘a tope’, de hecho, quiere hacerse uno», contaba entre risas. A lo mejor encontramos un resquicio de esperanza que rompa el cristal de la lupa y nos aúne en sintonía a todos. Mientras tanto, intentemos invertir tiempo y dinero en nuestro talento y que cada uno escriba su historia con su propia tinta.
Texto: Carlos Expósito